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La elección del cardenal Robert Prevost como Papa, con el nombre de León XIV, marca un momento histórico en la vida de la Iglesia Católica. A sus 69 años, este religioso de raíces estadounidenses y corazón peruano, se convierte no solo en el primer Papa de Estados Unidos, sino también en el segundo latinoamericano en asumir el trono de San Pedro. Su nombramiento no es una casualidad, sino el reflejo de una Iglesia que continúa su apertura hacia los márgenes, hacia los pueblos que han mantenido viva la fe católica en medio de las turbulencias del siglo XXI.
León XIV no es un desconocido para América Latina. Su misión pastoral en Perú le permitió conocer de cerca la realidad de comunidades olvidadas, la lucha por la justicia social, y el peso del Evangelio en la vida cotidiana de millones. Su elección representa un puente entre el Norte y el Sur, entre la estructura y la esperanza, entre la doctrina y la compasión.
El nuevo Papa hereda una Iglesia que aún siente los ecos de las reformas impulsadas por Francisco, su predecesor. León XIV llega con el reto de continuar el proceso de apertura y diálogo con el mundo moderno, de atender las heridas internas provocadas por los escándalos, y de renovar la confianza en una institución que busca reconciliar su pasado con los desafíos del presente.
Más allá de los símbolos y los récords históricos, León XIV representa la posibilidad de una Iglesia más cercana, más humana y más comprometida con los valores del Evangelio. Su voz, con acento americano y alma latinoamericana, puede convertirse en un nuevo faro de orientación moral y espiritual en un mundo fragmentado.
El pontificado de León XIV comienza con una enorme carga de expectativa. El mundo observa, escucha y espera. Que su caminar sea guiado por la sabiduría, el coraje y, sobre todo, la fe.
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