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Por: Alfrin Mercedes |
En el corazón de Santo Domingo, el Jardín Botánico Nacional es mucho más que un espacio verde:
es un santuario natural, un respiro vital en medio del concreto, un refugio para la biodiversidad y una aula abierta para la educación ambiental.
Sin embargo, en las últimas semanas, este valioso patrimonio ha sido objeto de múltiples amenazas que atentan directamente contra su esencia y su propósito.
Como ciudadano comprometido y preocupado por el futuro ecológico de nuestro país, me resulta alarmante ver cómo intereses particulares intentan imponer proyectos que contradicen por completo el espíritu del Jardín Botánico.
Hemos sido testigos de propuestas de “modernización” que, más que otra cosa, representan la puerta a la destrucción silenciosa de este pulmón urbano.
¿Desde cuándo se volvió negociable el derecho de la naturaleza a existir en paz?
El medio ambiente dominicano ya enfrenta suficientes retos: la deforestación ilegal, la contaminación de ríos, entre otros.
No podemos darnos el lujo de ceder también nuestros espacios protegidos bajo la excusa del “desarrollo”.
El Jardín Botánico no es una plaza comercial ni un centro de espectáculos.
Es un lugar de contemplación, de estudio, de equilibrio ecológico.
Convertirlo en un escenario para actividades ajenas a su misión es traicionar su propósito y poner en riesgo su futuro.
Defender el Jardín Botánico es defender el derecho de las futuras generaciones a respirar aire puro, a conocer nuestras plantas nativas, a disfrutar de un contacto respetuoso con la naturaleza.
No es un capricho ambientalista: es una responsabilidad ética.
Si permitimos que uno de los principales símbolos de conservación de nuestro país sea vulnerado, ¿qué mensaje estamos enviando como sociedad?
El Jardín Botánico debe ser preservado con firmeza y respeto.
No lo defendamos cuando ya sea tarde. Hagámoslo ahora.
Porque proteger la naturaleza no es una opción, es un deber.
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