No es unificar, es degradar: Fusionar no es avanzar.

 

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¿Por qué el MESCyT no debe desaparecer?

Por: Alfrin Mercedes

En tiempos de tecnocracia disfrazada de eficiencia, el pensamiento crítico parece ser el primer sacrificado en el altar del pragmatismo. El reciente planteamiento del Gobierno Dominicano de fusionar el Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (MESCyT) con el Ministerio de Educación (MINERD) representa no una estrategia de progreso, sino una renuncia simbólica y práctica a la madurez académica de nuestra nación.

La idea de una fusión puede parecer lógica desde la superficialidad administrativa. Pero lo que está en juego aquí no es simplemente una reestructuración burocrática: es la arquitectura ontológica del saber dominicano. No se trata de sumar oficinas ni de reducir gastos; se trata de redefinir, o más bien desfigurar, el alma misma de nuestra educación superior.


La lógica instrumental y sus trampas

El discurso oficial apela a la eficiencia, a la reducción del gasto público y a la “optimización de los procesos”. Sin embargo, cuando se trata de las instituciones que moldean el pensamiento, el talento y la investigación, no podemos aplicar el mismo bisturí frío que se usaría en una secretaría duplicada.

La educación superior requiere autonomía conceptual, epistemológica y administrativa. ¿Cómo puede el MINERD —que aún no logra garantizar estándares básicos de lectoescritura y comprensión matemática en la educación preuniversitaria— ser el guardián del pensamiento universitario, la ciencia y la tecnología? Es como pedirle a quien aún no ha aprendido a caminar que dirija una maratón olímpica.

Fusionar el MESCyT con el MINERD es subordinar el pensamiento superior a una maquinaria estatal que, en su dimensión básica, aún arrastra rezagos estructurales y una desconexión crónica entre aula y realidad. En lugar de elevar la educación en su conjunto, la medida amenaza con diluir lo poco que se ha ganado en la esfera universitaria.

Se uniformaría el pensamiento, como si formar a un niño de primaria y a un investigador universitario obedecieran al mismo tipo de gestión.

Además, esta medida podría enviar un mensaje devastador: que la educación superior no merece una institucionalidad propia. Que pensar, investigar y crear son lujos prescindibles frente a los dictámenes de la economía de corto plazo.

No podemos permitir que la lógica del presupuesto venza al pensamiento. La educación superior no es una cuenta por saldar, sino una inversión civilizatoria. Un país que niega la autonomía de su pensamiento está condenado a la servidumbre ideológica y al subdesarrollo estructural.

Desde mi trinchera como ciudadano y estudiante hago un llamado a quienes aún creen en la fuerza del saber: resistamos esta propuesta. No por aferrarnos al pasado, sino por defender la dignidad del futuro.

Porque un pueblo que no cultiva su pensamiento superior está condenado a repetir eternamente su ignorancia.




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