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Por Alfrin Mercedes
Construida para los Juegos Nacionales del año 2000, la piscina olímpica de La Romana nació como una promesa de desarrollo deportivo y orgullo provincial. Sin embargo, tras aquel evento, el uso de la instalación fue cada vez más limitado, hasta caer en el más triste abandono. Hoy, lo que debía ser un espacio de entrenamiento, recreación y formación, se ha convertido en un símbolo del descuido y la desatención hacia nuestras infraestructuras públicas.
Las gradas vacías, el agua estancada y las estructuras corroídas son un reflejo doloroso del abandono institucional y de la indiferencia colectiva que se ha apoderado de un espacio que alguna vez representó esperanza y orgullo. Ver su deterioro no solo entristece: indigna, porque revela cómo dejamos que el tiempo y la falta de voluntad apagaran lo que debió seguir siendo un símbolo de desarrollo y superación.
Más que lamentarnos, debemos proponer soluciones concretas. Una de ellas podría ser la creación de un patronato mixto, integrado por representantes del sector público, empresas privadas y líderes comunitarios, que asuma la administración, mantenimiento y promoción del espacio. Este modelo permitiría no solo su recuperación sino su autogestión sostenible, evitando que vuelva a caer en el abandono.
La piscina olímpica de La Romana no es solo un lugar físico: es un patrimonio deportivo y social. Es un espacio que debe volver a latir, a llenarse de vida, de risas, de niños aprendiendo a nadar, de atletas formándose, de familias orgullosas al ver que en su comunidad aún se apuesta por el futuro.
El rescate de esta obra no debe depender solo de una institución. Este llamado va dirigido a toda la sociedad romanense: a las autoridades locales, al Ministerio de Deportes, a las empresas, a los clubes deportivos, a los medios de comunicación y a cada ciudadano que siente amor por su tierra. Si nos unimos, podemos transformar este espacio olvidado en un símbolo de esperanza, disciplina y superación, porque solo la unificación de ideas y voluntades podrá rescatar lo que hoy parece perdido.
Necesitamos pasar del lamento a la acción. Exigir con respeto pero con firmeza la recuperación inmediata de este espacio. No podemos permitir que una obra con tanto significado social siga cayendo en el olvido.
Porque cuando un pueblo se une, no hay ruina que no pueda renacer.
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