La tragedia de Villa Verde: un grito de auxilio que no supimos escuchar.

Por: Alfrin Mercedes.

El pasado 19 de mayo, en el sector de Villa Verde, en La Romana, despertó con una noticia que desgarró el alma del país: una madre, Sobeida María Chalas, confesó haber quitado la vida a su hijo de apenas dos años tras escuchar voces que la instaban a hacerlo. El hecho, más allá de su crudeza, nos confronta con una verdad dolorosa: estamos fallando como sociedad en la atención a la salud mental.

No se trata de un caso aislado. Cada día, dominicanos y dominicanas lidian con trastornos mentales en silencio, sin orientación, sin recursos, y muchas veces, sin esperanza. En Sobeida se conjugan muchas carencias: falta de atención profesional sostenida, abandono del sistema de salud, y quizás, el olvido de una comunidad que no supo ver las señales. ¿Cómo es posible que una madre, enferma, con episodios de ansiedad, terminara sola en un momento de crisis tan profunda?

Este caso debe marcar un antes y un después. No podemos esperar que otra tragedia como esta se repita para empezar a actuar. Es urgente que el Estado dominicano implemente políticas públicas integrales que aseguren el acceso real a servicios de salud mental, desde la prevención hasta el tratamiento. No basta con inaugurar centros; hay que dotarlos de personal, garantizar medicamentos, y sobre todo, crear campañas de concientización que erradiquen el estigma y promuevan una cultura de empatía.

Pero también necesitamos mirar más allá de lo clínico. La dimensión espiritual, tantas veces ignorada, puede ser un soporte poderoso para quienes viven atrapados en el dolor emocional. Las iglesias, comunidades de fe y líderes espirituales tienen un rol fundamental en este proceso. No para sustituir a los profesionales de la salud, sino para acompañar, guiar y sostener en medio de la oscuridad. La fe, bien canalizada, puede salvar vidas.

Como joven, como ciudadano, como ser humano, me rehúso a normalizar este tipo de tragedias. El dolor de ese niño inocente, la desesperación de esa madre enferma, y la impotencia de toda una comunidad, deben convertirse en el motor de un cambio urgente. Que esta historia no se repita. Que como sociedad aprendamos a escuchar antes de que el silencio lo consuma todo.

Porque aún en medio del dolor más profundo, hay esperanza cuando un pueblo se une para sanar con justicia, amor y fe.

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